lunes, 13 de agosto de 2012

Papá, papá, ¿por qué hace 25 años que no salimos campeones del mundo?



Alejandro Sabella explica cómo jugarle al Barcelona. Lo hace con la autoridad que le da haber perdido el único partido en el que lo enfrentó, como tantos otros miles de entrenadores. Y lo hace con la convicción de que la única manera de derrotarlo era disponiendo de una línea de cinco defensores que anulara el ataque del rival. Dos años después, dirigiendo a la selección argentina, propuso algo similar para visitar a Venezuela, consiguiendo una derrota tan catastrófica como histórica.

Pero Sabella no tiene la culpa.

La culpa del deterioro de la selección argentina es de Julio Grondona y de su liviandad para elegir entrenadores a la altura del desafío. O en todo caso, de Julio Grondona y de su incapacidad para trazar una línea de juego que perdure en el tiempo y se convierta en un idioma común para todos los jugadores argentinos.

Grondona reemplazó el fútbol ultraofensivo y disciplinado de Bielsa por el juego timorato e inexperto de Pekerman. A Pekerman lo sucedió el fútbol de códigos y verso de Basile, y a Basile la tercera experiencia profesional de un Maradona fatal, sin el menor conocimiento de la táctica y la estrategia. Y como si no fuera suficiente, después vino Batista, cuya carrera no había tenido más que grises en los equipos chicos del fútbol argentino. Hasta que llegó Sabella, de vuelta, que pone cinco defensores en un país exportador de delanteros.

A este paso, es muy poco probable que la Argentina vaya más allá de los octavos de final del Mundial de Brasil o de cualquier otra competencia. Las selecciones, como las grandes corporaciones, se especializan, buscan expertos y proyectan en el tiempo. Pasó con España, después de décadas de sequía y amargura. Pasó con Uruguay, que volvió a las fuentes después de medio siglo de vivir de recuerdos. En ambos casos, se eligió un camino. Diferente, pero un camino.

Nosotros, los inventores del dulce de leche, los que tenemos las minas más lindas del mundo, seguimos dando vueltas.

A punto de desaprovechar la mejor generación de futbolistas de todos los tiempos, lo único que nos preocupa es si Messi canta el himno.

Después no nos quejemos.

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