Revisa el video de aquellas acciones con la pelea completa. A partir del minuto 49 empieza la lectura de las puntuaciones y las entrevistas a ambos peleadores.
lunes, 11 de noviembre de 2013
El boxeador que rechazó la victoria...
La noche se predisponía con una temperatura agradable. Los habitantes de Pigüe, una ciudad ubicada a 600 kilómetros de Buenos Aires, tenían la oportunidad de ver boxeo. No es común que las cámaras de los medios capitalinos se acerquen hasta allí. Una velada especial. El sábado 21 de mayo de 2011 era la chance de los habitantes del lugar para alentar a su hijo predilecto, Sebastián Heiland, en su enfrentamiento ante Sergio Sanders. La batalla fue larga, pero al escuchar el fallo de los jueces el público festejó. Todos gritaban, menos una persona. El boxeador local, Sebastián Heiland, que apenas escuchó las tarjetas tomó la decisión de que el triunfo no le pertenecía y no lo quería. “Estoy en contra de los fallos localistas. Nunca me gustaron”, se excusó Heiland rechazando públicamente el triunfo que le habían dado los jueces. Fueron 10 rounds en los que no hubo caídas. El “Gauchito de Pigüe” tuvo momentos de lucidez en los cuales pudo impactar sobre el rostro de su rival. De a ratos se pareció al joven púgil que alcanzó el título latino de los medianos ante Gustavo Falliga un año antes y que se proyectaba como una promesa. Sin embargo, durante más tiempo fue una sombra que se dejó avasallar por Sanders. El resultado era obvio. Analistas, expertos y fanáticos del boxeo suponían una victoria de Sanders o, como mucho, un combate empatado. No fue así. Los jueces Juan Bressan (97-95, 5), Néstor Sabino (97-95, 5), y Osvaldo Sequeiros (97-95) fueron unánimes y vieron ganar a Heiland. Los espectadores gritaban y sacaban pecho por el orgullo de su pueblo. Festejo, algarabía y puras sonrisas. Pero Heiland explotó y con vozarrón desaforado manifestaba: “NO, yo no gané” A los gritos en medio del cuadrilátero y con mirada desafiante hacia los propios dueños de las tarjetas, el “Gauchito de Pigüe” manifestó su derrota. Tomó de la mano a Sanders y con su dedo índice señalándolo gritaba: Ganó él. Los jueces se llenaron de vergüenza. Su beneficiado los plantó, no lo creían y entre risas nerviosas se escaparon sin hablar. En definitiva, el local entregó la pelea. Aunque, para Boxrec todavía el vencedor sea él, Heiland dijo que perdió. “A mi las cuentas no me dan: fui un claro perdedor. Yo aprendo más con las derrotas que con las victorias y le quiero decir la verdad a mi gente”. No hay que mentir. El público tenía una sensación extraña, la cara no era de felicidad. La incómoda incertidumbre de no saber qué hacer. La ciudad había perdido la chance de tener un campeón. Cada una de las personas que pagó su entrada quería ver un ganador, no un buen tipo. Sin embargo, sin darse cuenta cambiaron el chip y los aplausos empezaron a bajar. Al fin y al cabo, es un ejemplo. Números extraños en tarjetas infames han sido el flagelo del boxeo a lo largo de su existencia. Con boina, vestido de gaucho junto a su poncho. El zurdo boxeador tuvo, aunque sea, un momento para cambiar el deporte. Lo quiso convertir en uno de caballeros en el cual las bestias no existen. No obstante, esa batalla también significó un fantasma en su carrera. A fines de 2011 estuvo cerca de abandonar el boxeo. La decisión de “entregar” la pelea significó una crisis de confianza. No sólo hacia sus habilidades, sino que también hacia su amor al deporte. Las trampas, los arreglos y manejos lo cansaron. Pero se levantó y siguió. Ahora mantiene viva su carrera. El centro de educación física Nº83 que fue testigo y anfitrión del instante de caballerosidad tuvo revancha. En abril de 2013, ante su gente, Heiland obtuvo –nuevamente- el cinturón latino de peso medio del consejo. Pero la Leyenda del Gaucho de Pigûe ya traspasó el umbral de las victorias.
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