Cuento de básquet
En la Patagonia Argentina el básquetbol es una predilección obligada fundamentalmente por el clima. Elevadísimos vientos, altas temperaturas y caída de nieve, terminan complicando la labor de realizar deportes al aire libre. Por eso los gimnasios cerrados invitan a los habitantes desde el Sur de La Pampa hasta Tierra del Fuego a que opten por estar al resguardo de las inclemencias del clima.
En la ciudad de Neuquén se encontraba un personaje muy jugoso que jugaba al básquet en Independiente y que a la vez era malabarista de un circo. Se trataba de Aldo “Calavera” Sampietro y estaba más para jugar en los Harlem Globber Trotters que en el Rojo Neuquino que participaba de la Liga Nacional “B”. Las fantasías ineficaces que realizaba con la pelota eran más para el show del entretiempo que para ser un jugador profesional. Lo que tenía a favor en defensa era el poder de anticipación para robar balones como Emanuel Ginóbili. Y en ataque su tiro certero de tres puntos a la carrera o como se conoce a nivel mundial “a la brasilera” (es cruzar la mitad de la cancha en contragolpe cuando está retrocediendo la defensa rival y el jugador que lleva la naranja en vez de penetrar o dar una asistencia, efectúa el tiro de tres puntos en velocidad), era la sensación en el básquet patagónico.
Al terminar los entrenamientos siempre sacaba su maletín circense (poseía las herramientas de trabajo de un malabarista, clavas comunes y con mechas para prender fuego, pelotitas de colores, combustible, monociclo, etc.) y se ponía a joder con los muchachos. Un día que se había puesto a escupir fuego y se tragó un poco de alcohol de quemar sin querer y que le había hecho efecto de borrachera, se le ocurrió una idea fuera de lo común, ya que siempre la inventiva para mejorar sus shows circenses la mezclaba con el básquet. Si perdía les pagaba un asado a todo el plantel y si ganaba, tenían que ir los compañeros a verlo una semana seguida al circo. El propósito era que uno de sus tantos triples a la carrera iba a prender fuego la red del aro. Todos lo miraron perplejos y se empezaron a matar de la risa y aceptaron la apuesta. Aunque el Cala era medio loco pero no comía vidrio, había conseguido dos cómplices: Cacho el canchero (el que limpiaba el estadio) y Palito Larrañaga (medía 2,12 metros).
Se venía un partido decisivo contra Centro Español de Plottier y el plan estaba más que fríamente calculado: totalmente on fire. Calavera salió desde el banco en el arranque del segundo cuarto. Independiente no había podido correr un contragolpe ni de casualidad. Plottier venía metiendo casi todo desde afuera y el relevo defensivo era un relojito. El que podía romper el molde era Aldo Sampietro con sus robos en primera línea. Pero necesitaba que Palito saliera disparado como alma que se la lleva el diablo para que busque el rebote ofensivo.Al tercer roboluego de meter dos giros con el balón para eludir un par de rivales, clavó los frenos como un Scania a 120km/h y se tomó 2 segundos para esperar que Larrañaga llegara debajo del cesto. Tiró de 3 puntos y apenas la bola llegó a destino, Palito pegó un saltito y rozó la red, la cual se prendió fuego en el mismo instante que la pelota concluyó en triple. Nunca se supo cómo el Cala logró su cometido. Dicen que a Palito se le cayó un encendedor del bolsillo del pantalón de básquet en el vestuario. Y que cuando Cacho fue a cambiar la red del otro aro que había quedado sana, tenía un olor a kerosene que mataba…
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