domingo, 11 de noviembre de 2012

El Abrazo del Alma

El Mundial de Argentina mil novecientos setenta y ocho ya tenía dueño. Un nuevo dueño en la selecta lista de los elegidos. El país número seis. La sexta nación que lograba alzarse al podio de los dioses y que permitía a sus habitantes estallar en un éxtasis imborrable, de fundirse en un eterno abrazo. La Selección Argentina conseguía condecorar un trabajadísimo proceso (a manos de César Luis Menotti) con la ex Jules Rimet levantada por El Gran Capitán.

Un país en medio de un torbellino político y humano. Un país inmerso en las más trágicas atrocidades de su joven historia. Un país que pretendía ser ejemplo, borrando con el fútbol lo que escribía con la picana eléctrica

El silbato final ya había sido escuchado. Las corridas de Kempes ya eran parte del pasado. Las piernas aflojaban luego de tremendo trajín. Aun se presentaba imposible entender, caer, dimensionar lo conseguido. Las banderas afloraban, las lágrimas inundaban el estadio Monumental.

Ubaldo Matildo Fillol se dejó caer. Recibió a Dios, realmente se entregó a Dios. El Conejo Tarantini, para ese entonces jugador de Boca, se arrodilló ante tal momento cúlmine y envolvió a Fillol. La materialización de amor por el fútbol en una imagen de cuadro se hacía presente, se hacía inmensa.

Pero faltaba más. Faltaba más para demostrarle a todos los ateos de la pelota de que once tipos disputándose el balón frente a otros tantos pueden lograr lo inimaginado. Faltaba que viniera Don Ricardo, enfermo hincha Xeneize que invadió el campo, para rematar la obra. Un Ricardo sin brazos, literalmente sin brazos, que se acercó a las figuras y los abrazó. Los hizo, y lo consiguió sin sus extremos.

Esa imagen quedaría recordada por los siglos de los siglos. Esa imagen recibió el nombre de El Abrazo del Alma, y quedará registrada como la imagen más impactante de la historia de los Mundiales.


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