Los logros de Leonel Messi son increíbles. Entre otras distinciones, fue tres veces elegido Balón de Oro, siendo el más joven en conseguirlo. Es además el más joven en marcar un gol con el Barcelona, el único que hizo cinco goles en un partido de Champions League, ya es elmáximo goleador de la historia del Barcelona, el primero que marca en seis torneos en un año natural (2011) y el primero que hace más de 50 goles en dos temporadas consecutivas.
Además de esos logros individuales, están los títulos colectivos. Dejando a un lado trofeos menores, Messi logró el título de Campeón Mundial sub-20 (2005), un Oro olímpico (Pekín, 2008), 5 Ligas de España, una Copa del Rey, 5 Supercopas de España, 3 Champions League, 2 Supercopas de Europa y 2 Mundiales de Clubes.
Ante tan espectacular muestra de talento, es casi permanente el debate acerca de si Messi ya es el mejor jugador de la historia y de si ya superó a Maradona. Como el propio Maradona ha dicho, ojalá que Messi lo supere, ya que sería sumar a un argentino más al selecto puñado de mejores futbolistas de todos los tiempos.
¿Cuál sería el rendimiento de Messi si todos estos años hubiera jugado en el Mallorca? (cuando Maradona llegó al Napoli, el club no había descendido el año anterior por sólo un punto). O, al revés, ¿hasta dónde habría llegado Maradona de haber hecho su carrera en el Real Madrid, en lugar del Napoli?. Maradona demostró su valía en torneos de tres países diferentes, cosa que Messi no ha hecho. Maradona tuvo dos grandes lesiones cuando jugaba en el Barcelona (una hepatitis y una fractura del tobillo izquierdo; entre ambas estuvo cerca de ocho meses sin jugar), cosa que, por suerte para todos, Messi ha evitado. Podría seguir así con muchas dudas más, pero las anteriores bastan, en mi opinión, para concluir que no es posible hacer una comparación limpia entre Maradona y Messi. Aún así, todos los días se insiste en el mismo error.
Lo que casi todos olvidan es que la diferencia más relevante entre ambos es extrafutbolística. Estos días, en que se recuerda el 30º aniversario de la Guerra de las Malvinas entre Argentina y el Reino Unido, es un momento propicio para entender qué es lo que distingue a Maradona de Messi.
En 1982, la sociedad argentina, que ya sufría la represión por parte de una dictadura militar, soportó una derrota militar con 649 muertos y más de mil heridos. En 1983 y 1984, un gobierno democrático no cumplió las expectativas (tal vez exageradas), siendo incapaz de controlar la inflación y el caos económico. En 1985 las cosas mejoraron temporalmente, pero a finales de ese año y en 1986, la incertidumbre, la recesión económica y la inflación eran las claves de una sociedad golpeada.
Sin conocer ese contexto previo de humillación y sufrimiento no puede entenderse cómo el triunfo contra Inglaterra en el Mundial de México de 1986 convirtió a Maradona en un mito nacional. No sólo fue la eliminación de Inglaterra, sino también la forma en que se consiguió, con los dos famosos goles de Maradona (el de la “mano de Dios”, una forma de robar al enemigo, y el “mejor gol de la historia de los mundiales”, una forma de humillarlo). La consecución del título mundial ratificó y consolidó la nueva condición adquirida por Maradona.
En aquellas jornadas Maradona fue Bandera, Himno y Escudo Nacional, todo la mismo tiempo. En un país dividido desde sus más remotos orígenes, Maradona consiguió el milagro de la unidad. Maradona alivió la humillación de la derrota, dio un motivo de orgullo a sus compatriotas y provocó el momento de mayor alegría colectiva de la historia argentina. Maradona fue una balsa para sobrevivir en un océano de insatisfacción.
Pretender que Messi iguale a Maradona es exigir al rosarino una tarea hercúlea, casi imposible. Sencillamente, lo logrado por Maradona, en ese contexto histórico difícilmente repetible, aunque haya sido breve, es algo que no consiguió ningún otro argentino, ni antes ni después.
Ojalá Messi siga logrando hazañas deportivas y contribuya a dar nuevas alegrías a los argentinos. Pedirle que sea un nuevo mito es demasiado. Es injusto. Y además, innecesario.
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