“Si la ceremonia inaugural, con su colorido, su precisión y su formalidad, es un augurio del orden que imperará en estos juegos, se puede pronosticar que Múnich dejará un recuerdo imborrable”, así cerraba su columna del 27 de julio el periodista Santiago Ferrari, enviado especial de La Nación para cubrir los Juegos Olímpicos. Ferrari tenía razón, Múnich dejó un recuerdo imborrable: el asesinato de once atletas israelíes por parte de la organización terrorista Septiembre Negro.
Mientras Ferrari describía cómo Múnich se transformaba para la inauguración de los Juegos, Tomás Kalos, periodista de El Gráfico, se encontraba en Europasiguiendo a todos los deportistas que iban a participar en atletismo. En la maratón, Kalos afirmaba que los candidatos eran Memo Wolde y Eliu Beleta, de Etiopía, Lutz Phillip, de Alemania Occidental, y el argentino Nazario Araujo. En el calendario olímpico figuraba que la maratón se correría el sábado 9 de septiembre, pero ante la decisión del Comité Olímpico Internacional de suspender los Juegos durante 34 horas, la competencia, en la cual participaba Araujo, se postergó para el domingo.
De los 74 participantes, tres eran argentinos. Araujo utilizó el número 4, Ramón Cabrera el 6 y Fernando Molina el 9. Los primeros 600 metros se corrieron dentro del estadio, y el primer atleta en salir a la calle fue el argentino Molina. Finalizado el recorrido, el estadounidense Frank Shorter ganaría la maratón, convirtiéndose en el primer norteamericano en conseguirla desde Londres 1908. La competencia siempre la dominó Shorter y el público pudo presenciar varios desmayos. Ismail Akcay, de remera roja, pantalón corto blanco y el número 657 en su espalda, se acalambró en el medio de la competencia y quedó semiinconsciente a un costado de la calle. El turco debió abandonar.
Con un tiempo de dos horas, treinta y ocho minutos y dieciocho segundos, Molina finalizó en el puesto °53. Cabrera tardó cuatro minutos más y aterrizó en el °55. El único argentino que no llegó fue, justamente, Araujo, quien, para Kalos, era uno de los candidatos. Araujo no estaba preparado para los 42 kilómetros, ya que estaba acostumbrado a participar en competencias de 10 o 15. A cuarenta metros de la meta, Araujo se descompensó, sufrió un colapso hepático y cayó desmayado. De inmediato, los médicos lo atendieron y rápidamente se recuperó. Aunque la maratón, había finalizado
“El único mérito de los argentinos fue haber llegado a la meta, pues el registro empleado es malísimo”, decía una nota en El Gráfico. Los dos argentinos que llegaron lo hicieron 30 minutos después que Shorter, el ganador. Araujo, no. Se desplomó y siquiera terminó la carrera. Lejos de las victorias alcanzadas por Juan Carlos Zabala en Los Ángeles 1932 o el de Delfo Cabrera en 1948, los maratonistas argentinos no impresionaron en Múnich.
A Araujo el cuerpo le falló. Llegó a Múnich, como tantos atletas, lleno de ilusiones, de esperanzas. Su meta era llegar, correr los 42 kilómetros. Solo cuarenta metros le faltaban al argentino, solo le faltaba recorrer el 0,09 por ciento del total de la carrera. Después de la misma, Molina y Cabrera lo abrazaban. “No importa, llegamos”, le decían.
Mientras Ferrari describía cómo Múnich se transformaba para la inauguración de los Juegos, Tomás Kalos, periodista de El Gráfico, se encontraba en Europasiguiendo a todos los deportistas que iban a participar en atletismo. En la maratón, Kalos afirmaba que los candidatos eran Memo Wolde y Eliu Beleta, de Etiopía, Lutz Phillip, de Alemania Occidental, y el argentino Nazario Araujo. En el calendario olímpico figuraba que la maratón se correría el sábado 9 de septiembre, pero ante la decisión del Comité Olímpico Internacional de suspender los Juegos durante 34 horas, la competencia, en la cual participaba Araujo, se postergó para el domingo.
De los 74 participantes, tres eran argentinos. Araujo utilizó el número 4, Ramón Cabrera el 6 y Fernando Molina el 9. Los primeros 600 metros se corrieron dentro del estadio, y el primer atleta en salir a la calle fue el argentino Molina. Finalizado el recorrido, el estadounidense Frank Shorter ganaría la maratón, convirtiéndose en el primer norteamericano en conseguirla desde Londres 1908. La competencia siempre la dominó Shorter y el público pudo presenciar varios desmayos. Ismail Akcay, de remera roja, pantalón corto blanco y el número 657 en su espalda, se acalambró en el medio de la competencia y quedó semiinconsciente a un costado de la calle. El turco debió abandonar.
Con un tiempo de dos horas, treinta y ocho minutos y dieciocho segundos, Molina finalizó en el puesto °53. Cabrera tardó cuatro minutos más y aterrizó en el °55. El único argentino que no llegó fue, justamente, Araujo, quien, para Kalos, era uno de los candidatos. Araujo no estaba preparado para los 42 kilómetros, ya que estaba acostumbrado a participar en competencias de 10 o 15. A cuarenta metros de la meta, Araujo se descompensó, sufrió un colapso hepático y cayó desmayado. De inmediato, los médicos lo atendieron y rápidamente se recuperó. Aunque la maratón, había finalizado
“El único mérito de los argentinos fue haber llegado a la meta, pues el registro empleado es malísimo”, decía una nota en El Gráfico. Los dos argentinos que llegaron lo hicieron 30 minutos después que Shorter, el ganador. Araujo, no. Se desplomó y siquiera terminó la carrera. Lejos de las victorias alcanzadas por Juan Carlos Zabala en Los Ángeles 1932 o el de Delfo Cabrera en 1948, los maratonistas argentinos no impresionaron en Múnich.
A Araujo el cuerpo le falló. Llegó a Múnich, como tantos atletas, lleno de ilusiones, de esperanzas. Su meta era llegar, correr los 42 kilómetros. Solo cuarenta metros le faltaban al argentino, solo le faltaba recorrer el 0,09 por ciento del total de la carrera. Después de la misma, Molina y Cabrera lo abrazaban. “No importa, llegamos”, le decían.
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