Lo que quiero decir con esto es que, si bien suelo ser objetivo al ver y analizar el boxeo, tal vez sea con Maravilla con el que estoy más cerca de la subjetividad y no siempre puedo separar los sentimientos del análisis.
Y sin embargo, incluso esa forma de mirar es la que hoy me hace estar triste. Al echar la vista atrás veo que el campeón argentino ha sido privado de muchas noches de gloria. Injustas decisiones -Cirtón, Williams- y amargura en forma de veladas estelares en las que sí debió estar -Mayweather, Pacquiao-, pero nunca estuvo. Incluso algunas veladas que le llegaron tarde, como Chávez Jr.
También estoy triste porque Sergio ayer no ganó el combate como todos esperábamos. En mi opinión, Murray fue más sólido, más fuerte, más entero. Si algo se le puede criticar al británico fue lo poco -o poquísimo- que arriesgó, incluso sintiéndose mejor. Tal vez eso fue lo que estimaron los jueces. Y también yo opino que para ganar un cinturón en la casa del campeón, hay que hacerlo dando mucho, pero mucho más de lo que dio Murray. Pero a nadie le escapa entre voces que el inglés fue mejor que el argentino la noche del sábado.
Triste porque el campeón argentino declaró que “se sabía por delante en la pelea”. Estoy en total desacuerdo. En ningún momento yo vi a Sergio superior al británico.
Triste porque Sergio está dolido, lesionado y, posiblemente lejos de su mejor nivel. Un nivel al que posiblemente no pueda llegar más por edad y por lesiones.
Martínez es y seguirá siendo un campeón. Es un tipo con orgullo e inteligente y estoy seguro de que sabe que no ganó el combate. Sabe que no pudo ser superior al británico Murray, a pesar del calor de su público.
Pero Martínez también ganó. Ganó porque llevó el boxeo a su casa. Ganó porque los argentinos disfrutaron de cerca con su paisano en una fiesta del boxeo sin precedentes recientes. Ganó porque se levantó de su último combate anterior, del que salió peor parado de lo que parecía, a tenor de lo visto. Ganó porque cuatro meses después de su operación de rodilla, subió al ring y aguantó doce asaltos. Tal vez no al ritmo habitual, pero los aguantó. Y ganó porque después de once asaltos, dos caídas, una decepción en forma de sospecha de derrota y una herida en su orgullo ante su público, salió en el duodécimo a golpear. Golpear como no lo había conseguido en todo el combate.
Y ganó porque ya ha ganado, en su carrera y en su vida. Ganó todo lo que le permitieron disputar. Ahora le toca recuperarse sabiendo que, los que lo seguimos, lo seguiremos siempre. Y los que lo queremos bien, se lo desearemos siempre.
Todo el mundo tiene un plan,
hasta que recibe el primer golpe.
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